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La Política Exterior bolsonarista, de la influencia de la Doctrina del Destino Manifiesto
a la Cruzada Neoliberal Sorista

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La tragedia de vincularse con la unipolaridad estadounidense atlanto-sionista


Por Márcio Forti (historiador y analista geopolítico mexicano)

La Política Exterior bolsonarista, incrustada en la tragedia liberal, legado de la Doctrina del Destino Manifiesto y que se deja llevar por la Cruzada Neoliberal Sorista, como sabemos, aunque Jair Bolsonaro, recurra, en su narrativa, a un discurso nacionalista, apropiándose y, en cierta medida, secuestrando símbolos nacionales brasileños, no va más allá de una pura retórica, para engañar el pueblo, ganando una masa de maniobra conveniente. En la práctica, no hay nada de defensa de los valores nacionales y de la soberanía, no existiendo nada de proyecto antonomista, sino una sumisión al Sio-Atlantismo, algo que lo establece, en Política exterior, como un mero liberal. Bolsonaro, puede ser una figura con sostengo popular, pero ni de lejos representa un líder de masas.

Sus bases son difusas y sus discursos carecen de unidad orgánica con las necesidades del pueblo, siendo mera reproducción de una agenda estadounidense, de corte calvinista sionista, totalmente ajena a la realidad espiritual y material brasileña. Por cierto, gran parte de su derrota, el día de ayer, en las urnas, se debe a su carácter servil, en todos los frentes, al Imperio, además de no frenar las pautas postmodernas. No existe nacionalismo-autonomista en alineación con la unipolaridad estadounidense.

Actualmente, existe un pleito entre la hegemonía liberal y los levantes nacionalistas que cuestionan y rechazan la unipolaridad neoliberal estadounidense en el sistema internacional, algo comprobado por la Cruzada Neoliberal Sorista de las últimas décadas, que se intensifica día con día. De hecho, la auténtica y verdadera dicotomía se manifiesta entre globalistas apátridas y soberanistas nacionalistas. Ante este escenario, se llama la atención, la reciente decisión del magnate globalista apátrida, George Soros, de liberar mil millones de dólares para la creación de una red universitaria mundial, abiertamente dirigida a promover la llamada sociedad abierta y sus valores liberales. Esta medida surge, según él, en respuesta al surgimiento y/o fortalecimiento de gobiernos nacionalistas, entre los que se encuentran el gobierno chino de Xi Jinping, el ruso de Putin, el indio de Narendra Modi, el húngaro de Viktor Orbán, el norcoreano de Kim Jong-Un, el régimen revolucionario iraní, capitaneado por la Nueva guardia nacionalista, el de Assad en Siria (considerado un heredero del ideario del País de Sham que encarna la civilización levantina-fenicia) y la ascensión de la Aglutinación Nacional francesa, en sus elecciones parlamentarias. Todos ellos, siendo naciones auténticas en su concepción semántica clásica, se encuentran vinculados con una perspectiva civilizacional, repletos de tonos metafísicos, siendo elementos que le dan sustento al proyecto soberanista.

En Brasil, aunque Jair Bolsonaro se presente como nacionalista, defensor de los valores brasileños y siendo el supuesto garantizador de la soberanía, el principal nombre de su gobierno, el financiero Paulo Guedes, es un acérrimo defensor de la misma sociedad abierta que Soros. Y, como sabemos, en la evaluación de este último, el nacionalismo es el principal enemigo de la sociedad abierta, como él mismo lo reitera en muchas ocasiones, siendo las últimas en 2020 y 2022. Y si analizamos realmente, él está correcto. Ni siquiera el internacionalismo proletario condensado en la fórmula “¡Trabajadores del mundo, uníos!” lo asusta; más bien, puede ser usado como un aliado para justificar una cierta disposición antinacional. No duda en catalogar a la China de Xi Jinping, como el país que más le incomoda, pues el socialismo chino, con ventaja en la disputa tecnológica con EEUU y EU (mera colonia estadounidense), es francamente nacionalista: es “socialismo con peculiaridades chinas”. De hecho, como siempre lo hemos dicho y sostenido, es el  nacionalismo el que más barreras impone al proyecto político de dominación que sostiene Soros, que anhela consumar un gobierno mundial unitario, desposeído de culturas, tradiciones, celebraciones ancladas a una perspectiva nacional-civilización. La expresión “sociedad abierta”, en el sentido de Soros, tomado del filósofo austriaco Karl Popper, que, por su vez, la adoptó de Jean Monnet, que trae una matriz del kalergismo diseñado por Richard Kalergi, significa simplemente la sociedad liberal, cuyo  individualismo moral posesivo legítima, en el plano axiológico, el control político-económico privado ejercido por el mercado, como defiende George Soros, que se  manifiesta, además como la personificación del Anti-Civilización, como el heredero y sucesor ideológico del ideario kalergista, que surge en 1923. Tal “apertura” significa ladesterritorialización de los contingentes humanos y la completa disolución de los vínculos sustantivos y del patrimonio de cada pueblo en relaciones abstractas de compra y venta, mediadas por el dinero, principal instrumento político de los financieros para controlarpoblaciones y países enteros. Incluso esclavizando a muchos, a través de deudas impagables, dejándolos en el subdesarrollo y en la miseria. La sociedad abierta es, en efecto, menos que una sociedad, quedando reducida a una suma de individualidades sin pertenencia ni lealtad colectiva, aglomeradas por la obligada adecuación del pensamiento, lenguaje y afectos a criterios de mercado y, por tanto, apátridas. Las pautas postmodernas, una manifestación plena de la sociedad abierta y financiada públicamente por Soros, es, en efecto, una estratagema para desidentificar ciertos tipos sociales de la Nación a la que pertenecen. Cumple la función de agruparlos en identidades artificiales y arbitrarias que, desarraigadas de todo vínculo comunitario y de toda historia común, reflejan el carácter abstracto e impersonal del dinero que las forja, condicionando a sus miembros a la compulsión hedonista y consumista propia de un individualismo sin correas, provocando también, la destrucción del tejido social, a través de la desarmonía en la sociedad.

Por esta misma razón, tales identidades no son más que modas pasajeras, artículos de consumo hechos para ser comprados, exhibidos y desechados. Son tan frágiles y volátiles como el casino financiero que las hace posibles y a través del cual se enriquece Soros, uno de sus principales agentes. Por cierto, los casineros de Las Vegas, antes capitaneados por el magnate sio-jázaro, Sheldon Adelson, que financió la campaña presidencial trumpista, dicho de paso y que jugó un rol relevante en el asesinado del general iraní y en el cambio de la embajada estadounidense de Telaviv para Jerusalén, tiene estrechos vínculos con sectores  claves de organizaciones soristas, aunque en ciertas ocasiones, entren en pleitos intra-jázaros. En la sociedad abierta, el individuo humano no es una persona, cuya personalidad se forma en compartir una experiencia nacional común y en la lealtad a sus compatriotas, sino un maniquí en ropas extravagantes, que demuestran el poder de los magnates financieros para decidir, ellos mismos, qué cada uno debe hacer, pensar, querer y sentir. O sea, una imposición total. Aquí estamos lidiando con el totalitarismo liberal, en uno de los frentes más relevantes para el liberalismo: el social-cultural, adentrando en la mente colectiva.

Sólo en una sociedad abierta, en la que las normas existenciales están dictadas por una oligarquía financiera, se hace natural y aceptable la acción despojadora de George Soros y su posterior saqueo, y también un ataque especulativo a la libra esterlina que le llevó a ganar alrededor de $ 1 mil millones (irónicamente, la misma cantidad que ahora asigna a una universidad propia) en solo un día, lo que llevó al Banco de Inglaterra, dicho de paso, a la bancarrota. Las naciones, por otro lado, como sabemos muy bien, tienen relaciones sociales complejas y estructuras históricas, que no pueden reducirse a comandos financieros privados. Las naciones son construcciones históricas colectivas en las que las experiencias y esfuerzos de generaciones sucesivas están unidos por una memoria y un lenguaje comunes. Es decir, las naciones tienen sus almas colectivas, algo que no puede ser cambiado y modificado, de manera artificial, por intereses espurios de globalistas apátridas, como los caprichos funestos de George Soros y los suyos. Las expresiones nacionales, estando sostenidas a lo largo de la historia, por tradición e herencia, traen una serie de elementos aglutinantes, estando unidas por componentes comunes y, en muchos casos, una memoria colectiva de glorias ancestrales, como principalmente, en el caso de los clásicos Estado-Civilización, como Irán y China. Su permanencia histórica sedimenta una identidad concreta y singular, más grande que los individuos, en la que se reconocen y se sitúan. Por lo tanto, Una Nación, a diferencia de una “sociedad abierta”, no se improvisa ni se compra, es el trabajo colectivo de siglos. Toda nación tiende al proteccionismo, en el sentido de proteger su identidad y su patrimonio, además de la soberanía, imponiendo límites al alcance e intensidad de las operaciones mercantiles y, con ello, protegiéndose de la voluntad de especuladores, como Soros. De esta manera, el nacionalismo implica construir instituciones capaces de representar y desarrollar una comunidad nacional específica, subsumiendo la economía a las necesidades y aspiraciones de la Nación. El nacionalismo es, en definitiva, la defensa de lo común a un pueblo históricamente organizado en nacionalidad.

Precisamente por eso, sólo las naciones están de hecho abiertas al devenir histórico, porque, siendo colectivas, sustanciales y duraderas, abarcan un amplio y complejo conjunto de aspectos de la realidad, entre los que se incluye la práctica creadora humana. Sólo en marcos nacionales, asumiendo el modo de ser característico de la Nación a la que pertenece una sociedad, es posible tener abundancia de vida, en el sentido de una disposición hacia la libertad. La libertad, bien entendida, no debe confundirse con la concepción individualista y posesiva que le otorga el liberalismo, pues es un fenómeno social y relacional, cuya realización se condensa en la inserción en una comunidad nacional idiosincrásica. La libertad es, al mismo tiempo, conservadora de la identidad nacional y creadora de nuevas posibilidades inherentes a este modo nacional de existencia. La libertad sólo existe inmersa en conexiones concretas y en la lealtad con aquellos con quienes se comparte un destino común, propiamente nacional. Así siendo, la transformación cualitativa de lo real depende, en gran medida, de una conducción política representativa de la totalidad nacional y, por lo tanto, capaz de actuar en el curso de los acontecimientos de acuerdo con las peculiaridades de la Nación. Precisamente por ser “cerrada”, en el sentido de conservar lo que le es propio, una Nación puede estar abierta a la libertad y a la Historia, pues la auténtica creación de lo nuevo parte de un depósito común de experiencias, tradiciones e instituciones, que integran el patrimonio nacional. La Libertad y la Historia son atributos nacionales, es decir, colectivos y superiores a los particulares y a los intereses puramente utilitarios, que caracterizan a una sociedad abierta, diseñada por Kalergi y diseminada por Monnet, Popper, Brucker, Soros y compañía, curiosamente, algunos de ellos precursores ideológicos de la Unión Europea. No necesitamos ser genios para descifrar dicho enigma, dicha institución supranacional, anclada a preceptos kalergistas, representa un puente al gobierno mundial unitario, que pretende establecer Soros, siendo una especie de laboratorio de experiencia globalista. No en vano, los auténticos nacionalismos de las almas colectivas europeas, siendo legado de la Europa profunda grecorromana aqueménida, están en contradicción total con la Europa superficial kalergista, anhelando romper con la Tiranía de Bruselas, saliendo así, de la asfixiante jaula institucional kalergista, capitaneada por Washington-Londres, pues como sabemos, la entidad que rige Bruselas, siendo un mero órgano de relaciones públicas de la NATO, se encuentra totalmente subordinado al Complejo Militar Industrial estadounidense.

Por otro lado, la sociedad abierta está cerrada a la Historia. Por su artificialidad y falta de densidad temporal y comunitaria, los tipos y organizaciones sociales, que la integran, dependen, única y exclusivamente, del poder económico que los sustenta. Viviendo en el eterno presente del mundo financiero, de puro valor de cambio, son incapaces de responsabilidad colectiva y de participación en la proyección y construcción de un futuro alternativo. El «progresismo» de la sociedad abierta, celebrado por Soros y sus empleados, no significa más que la adición cuantitativa y compulsiva de nuevas y precarias identidades artificiales al mismo plasma mercantil. Así, hay una aceleración de las relaciones sociales, reducidas a relaciones de intercambio, al mismo tiempo que, hay una aniquilación de las perspectivas que trascienden el statu quo liberal.

No hay libertad ni Historia en la sociedad abierta, pues no hay arraigo, lealtad y pertenencia concreta, sólo la voluntad caprichosa de quienes la mandan a fuerza de dinero. La sociedad abierta se hace a imagen y semejanza de la Bolsa de Valores, con el fin de remover los obstáculos que los lazos y prácticas sociales nacionales, ajenos a la lógica del mercado, representan para la acumulación financiera excesiva desenfrenada. El nacionalismo, entonces, significa el principal medio de resistencia de los pueblos al expolio de sus países por parte de los bancos. Por lo tanto, Soros lo señala correctamente como su principal enemigo. En un intento por cerrar la Historia con una sociedad abierta y perpetuar la dominación financiera, el magnate globalista apátrida pretende intensificar la formación de cuadros políticos e intelectuales comprometidos a eliminar cualquier obstáculo a la financiarización y mercantilización de todos los aspectos de la vida.

No obstante, las sociedades concretas y realmente existentes, que son nacionales y no «abiertas», se resisten a ser disueltas y transformadas en meros instrumentos de valoración de activos bursátiles. El malestar y la degradación de los niveles de vida y convivencia provocados por el neoliberalismo en las últimas décadas, al que mucho contribuyó Soros, sitúan una vez más, la centralidad de la Nación como eje organizador de una política dirigida a las masas populares. Se está extendiendo por todo el mundo la conciencia de que sólo a través de la primacía de la cuestión nacional cada sociedad encontrará las respuestas a sus problemas y desafíos. No importa cuánto dinero extra gaste Soros para formar una élite que apoye su proyecto, el siglo XXI es y será cada vez más nacionalista, aunque también, debemos reconocer que las injerencias kalergistas y neomonroístas, serán también,cada vez más fuertes, siendo necesario, por lo tanto, una fuerte égida estatal, que desarrolle una estructura proteccionista, funcionando como una muralla y escudo contra asedios anhelando tumbar la soberanía.

Y, ante este escenario de lucha permanente por garantizar la soberanía y de proyectarse, cada vez más, en el sistema internacional de Estados, a través de medidas de Soft Power y de integración regional, anhelando la multipolaridad, en alianza con la Triple Entente Euroasiática, ¿qué ha hecho Brasil últimamente, además de la fidelidad de Guedes a Soros? Bueno, lo opuesto. En la Política Exterior brasileña existe una dualidad existente, entre liberal y autonomista. Los que siguen el camino liberal apuestan por una posición servil al sector hegemónico, en el caso, claramente, al eje atlanto-sionista, capitaneado por la anglósfera, de manera que, rechazan cualquier resistencia anhelando una ruptura al orden instituido. Así siendo, en la actual coyuntura geopolítica mundial, todos que apuestan por esta línea, defienden un mundo unipolar, bajo la égida hegemónica del eje Washington-Londres. En el escenario latinoamericano, se acepta el liderazgo estadounidense para lidiar con las demandas

continentales, sosteniendo una de las premisas claves de la Doctrina Monroe, de la «América para los estadounidenses». O sea, la unipolaridad neoliberal estadounidense en el sistema internacional de Estados, viene asociado con una especie de aceptación del carácter excepcional de Estados Unidos, de sus instituciones y de su estilo de vida, actuando como súbditos, serviles y títeres, estando permeables por los intereses geoestratégicos, geoeconómicos y geopolíticos del vecino del norte. Por otro lado, la posición autonomista, como el propio nombre ya refleja, sostiene una conducta de corte autónomo y soberanista, con un alineamiento al Eje de la Resistencia, en el contemporáneo escenario geopolítico mundial, sería con la Triple Entente Euroasiática, que enfrenta un choque contra el Atlanto-sionismo de Washington y Londres. Como nos presenta la historia, Estados Unidos, a través de sus injerencias, infiltraciones, invasiones, penetraciones y políticas de Soft Power, además de ciertos actos de sabotaje y operaciones encubiertas, entre ellos golpes de Estado, penetrándose también, por medio de ONGs y organizaciones calvinistas, siempre trató de moldear, no meramente el gobierno de los países invadidos a sus intereses, sino también, la cultura local a su semejanza, como estrategia de asimilación paulatina, dominio político y financiero, a parte del control psicológico, a través de la jaula de la maquinaria totalitaria de los medios de comunicación, algo que hace parte del enredado propagandístico diseminado por la Doctrina del Destino Manifiesto.

Esta lógica, que empieza a ganar respaldo institucional, en el proceso de consolidación de Estados Unidos como un Imperio, algo iniciado en 1898 en la victoria en la Guerra hispano-estadounidense, que tuvieron que recurrir a una mentira, creando una operación de bandera falsa (derribo de una flota bélica estadounidense en el Atlántico por parte de España, lo que era falso), propagada por el periodismo, recibiendo Cuba y Filipinas, asegurando el control en buena parte del Pacífico y Atlántico Norte, culminando en la transmisión del bastón por parte de los ingleses en la intervención contra Mossadegh, violando la soberanía iraní en agosto de 1953, iba a marcar todo el siglo XX, empezando por el anhelo de asimilación cultural de nuestra Mayúscula América, a los designios e intereses del vecino del norte, algo visualizado en la declaración del vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt (1901-1909): »La asimilación de los países iberoamericanos a Estados Unidos será larga y difícil, mientras estos países, sigan siendo católicos».

O sea, ¿qué podemos entender de este emblemático discurso? Harán todo lo posible para descatolizar a nuestras naciones y, lo vienen haciendo desde entonces, con misiones, injerencias y penetraciones, a través de ONGs y entidades protestantes, promoviendo, de manera paulatina, la asimilación de nuestro Continente-Civilización, de corte Latino, Ibérico y Latino (la Santísima Trinidad Identitaria) del Dasein latinoamericano, a la imagen y semejanza al estilo de vida estadounidense. Y, a partir de ahí, desde la advertencia de Theodore Roosevelt, en su discurso, que más bien, fue un mensaje claro de una Cruzada Calvinista de agresión permanente contra nuestra Mayúscula América, empezó el financiamiento, sobre todo por parte de Nelson Rockefeller, para que todas, las sectas protestantes comenzaran a entrar en nuestros países iberoamericanos. México, siendo el escudo y muralla contra esta atroz y maldita injerencia, tenía que ser, el primero a sufrir, para que sirviera de ejemplo a los demás. Así, la persecución fue escalando hasta que, el dictador corrupto Plutarco Elías Calles, el Jefe Máximo, pretendió erradicar totalmente el guadalupanismo de nuestro México. No hizo otra cosa que obedecer al Consejo Supremo de la Fuerza Misteriosa, celebrado en Ginebra, en 1924, en el cual, se acordó en empezar una nueva etapa de descatolización violenta de Latinoamérica, comenzando por su mayor potencia, México. O sea, intereses ajenos a los de México. Y más allá, objetivos que anhelaban la destrucción de los ejes identitarios, que establecen y sostienen, la nación mexicana, pues como sabemos, el guadalupanismo, consiste en un pilar identitario clave de la Mexicanidad. Para el mexicano, ser guadalupano, es algo esencial.

No obstante, como sabemos, para los globalistas apátridas, no existe respeto al prójimo, se deshumaniza el otro, con tonos peyorativos y difamatorios. Violar y profanar las identidades nacionales, el concepto de nación y el sentido de Patria, es decir, cualquier vínculo, eje y conexión espiritual, confesional, metafísico, teológico, trascendente, profundo, civilizacional y sobresaliente, además de las soberanías de los pueblos, es algo primordial para concretar sus objetivos más espurios. No tienen respeto por nada. Incluso el santuario de la Virgen sufrió un atentado, en un claro acto de una blasfemia sin precedentes. La hipocresía hace parte de su actuar. Sin embargo, como era de esperarse, hubo una reacción total por parte de los mexicanos nacionalistas, contra las demandas gubernamentales, dando inicio a la Guerra Cristera, también llamada Cristiada (1926-1929), dando a entender, a los estadounidenses, que el proyecto de asimilación cultural, partiendo por el componente confesional, no sería sencillo, aunque sería puesto en práctica a lo largo del siglo, siendo algo que hace parte de la Política exterior estadounidense desde entonces.

Como sabemos, en muchas ocasiones, a través de ciertas misiones calvinistas estadounidense, se encuentran intereses geopolíticos del Tío Sam, por medio de ingeniería operacional de prácticas de Soft Power. Y, la figura de Jair Bolsonaro, representa parte de esta asimilación, tanto en lo cultural, como en lo económico. Dicho personaje, aunque haya nacido católico, se dejó llevar por el calvinismo. Tras su matrimonio con su mujer actual, la tercera, dicho de paso, Michelle Reinaldo, de confesión protestante, se dejó bautizar en las aguas del río Jordán como calvinista por el pastor Everaldo y asiste a una iglesia evangélica. Como sabemos, con eso, viene todo un enredado de una maquinaria ideológica altamente pesada, una concepción de mundo y la confiabilidad de preceptos de la Doctrina del Destino Manifiesto. Bolsonaro, por lo tanto, cayó en la trampa propagandística de dicha doctrina, que perdura desde hace dos siglos. El hecho de ostentar banderas de Estados Unidos, Inglaterra y de la Entidad Sionista, por ejemplo, hace parte de esta inclinación ideológica, algo que representa, mucho más que un simple simbolismo. No existe la menor posibilidad de comparar ese tipo de acto con la de levantar banderas de naciones que componen el ‘Eje de la Resistencia’, como los miembros de la Triple Entente Euroasiática (China, Irán y Rusia) o de sus aliados medianos, como los casos de Armenia, Hungría, Siria, Serbia o de cualquier otro país. Pues éstas no tienen, bajo sus auspicios, los mecanismos hegemónicos que consisten en la amenaza globalista. No poseen influencia económica, militar e ideológica en escala global, como poseen los estados baluartes del Imperio Anglo-Sionista, como lo son, Estados Unidos, Entidad Sionista e Inglaterra.

Los miembros del llamado Eje de la Resistencia resisten al globalismo y no son parte de él. Así, en ese caso, izar las banderas de países de la Triple Entente Euroasiática, por ejemplo, consiste más en un gesto simbólico, de solidaridad e incluso de auto-preservación. El apoyo de gobiernos a la Entidad Sionista y al vecino del norte es muy arriesgado, pues, en la gran mayoría de los casos, dichos gobiernos, casi siempre de carácter neoliberal extremista, reducen el Estado y, consecuentemente, lo dejan, desprotegido el mercado nacional de las influencias externas, además de otorgarles a los socios globalistas, que se convierten en accionistas de empresas de sectores estratégicos, las estatales claves de Seguridad Nacional y los recursos minerales, vitales para la economía estadounidense, siempre interesado en manejar el rico subterráneo de los demás, a parte de anhelar consumar gobiernos títeres y vinculados con sus intereses geoeconómicos, geoestratégicos y económicos. Es decir, permeables a su agenda en todos los frentes. Sin embargo, el hecho de levantar banderas de Estados Unidos, Inglaterra y de la Entidad Sionista, deja de ser meramente un gesto simbólico, pasando a una fase de servilismo y de vasallaje, pues el problema no es establecer relaciones diplomáticas y comerciales con potencias globales. El problema es hacerlo sin proteccionismo, tanto económico, como cultural y geopolítico. Sin él, en las relaciones en todos los ámbitos, el entreguismo se convierte en algo inevitable. Ningún país emergente que se ha acercado de Estados Unidos, vinculado a sus designios más espurios, sin proteccionismo estatal, entendido aquí como una muralla y escudo, se ha desarrollado. Sólo se iluden con gobiernos extremistas neoliberales, quienes desconocen profundamente los hechos. Ningún presidente autonomista iba a rendir homenaje a la bandera estadounidense, no celebraría el 4 de julio, tampoco salía izando banderas de Estados Unidos y de la Entidad Sionista. No saldría en conferencias en línea en respaldo a Taiwan, no se pondría del lado estadounidense en su asesinato al general iraní martirizado el 3 de enero de 2020, tampoco dejaría sus hijos salir con playeras de servicios secretos de entidades vinculadas con el poder hegemónico, lo que, además de acercarse al carácter de un payaso, suele ser altamente ridículo y deplorable. Como sabemos, el interés de cualquier Servicio de Inteligencia y Secreto, como el propio nombre ya lo dice, es ocultarse, pero unos ineptos, sacan a la luz, su fidelidad geopolítica (anclada a vínculos profundos con ciertas organizaciones que todos ocultan), usando sus playeras. Es el colmo del bajísimo QI. Si todo ello no fuera poco, en la segunda vuelta de la elección presidencial, su tercera esposa, se puso a votar con una playera en alusión a un estado fantoche creado por una banca, tras actos terroristas diversos por décadas. Un estado que se encuentra vinculado, totalmente, con el arco de la anglósfera, estando del lado hegemónico de la unipolaridad estadounidense. Todas estas conductas van mucho más allá de un simple simbolismo.

O sea, eso representa una total sumisión, adoptando un carácter servil a sectores hegemónicos, lo que le posiciona a la figura de Jair Bolsonaro, siguiendo la dualidad existente en la Política exterior brasileña, como un liberal. No hay ninguna duda a este respecto. Tampoco existe una tercera vía o alternativa para quien iza banderas de países que se encuentran del lado del poder hegemónico, componiendo el sio-atlantismo y que son sostenidos y preferidos por Wall Street, siendo aclamado por gran parte del gran capital, algo que es, desafortunadamente, muy poco abordado. Para que los lectores tengan una pequeña idea, aunque los bolsonaristas rechacen leyes, como la Rouanet, considerándola «comunista’, muchos empresarios que la sostenían, han acudido al respaldo bolsonarista. Bueno, la hipocresía se inicia cuando, el dueño de la Red de Hipermercados Condor, que declaró abiertamente apoyo al presidente brasileño, por razones moralistas, financia proyectos de dicha ley, que el propio candidato, crítica. Aquí ya vemos una contradicción total del ciudadano neoliberal. Así, como el dueño de Havan, con miedo de una supuesta amenaza comunista, declaró apoyo a Jair Bolsonaro. Mientras tanto, dicho empresario, es responsable por patrocinar la divulgación del Ballet ruso de la Escuela de Teatro Bolshoi, siendo valorizado en la antigua URSS, entidad política que tanto critican los bolsonaristas. La mayoría de los eventos que involucran diversidad sexual y festivales, regados a sexo y narcóticos, son patrocinados por el capital privado, que neoliberales nefastos defienden a todo vapor, como siendo un símbolo de «libertad». El Desfile Gay, por ejemplo, que tanto critican, recibe financiamiento de empresas, como Skol, Burger King y Trident. Pero bueno, nada hablan sobre eso. La mayoría ni siquiera lo sabe.

La Rainmaker Consultoría, por ejemplo, financia el Queermuseo, a través de la famosa Ley Rouanet. Otro actor famoso, la empresa estadounidense, Coca Cola, recientemente, ha amenazado a dejar varios países, debido a leyes tributarias, recibió apoyo y sostengo neoliberal para mantener su actividad en el mercado brasileño, panameño, mexicano, costarricense, entre otros países latinoamericanos. Dicha mega-empresa, financia también, festivales artísticos por medio de la tan hablada Ley Rouanet, que envuelve consumo de drogas y comportamiento sexuales considerados inadecuados por los que, se auto consideran tradicionalistas, pero que, de eso, no tienen, en la práctica, absolutamente, nada. O sea, éstos últimos son falsos tradicionalistas, pues como sabemos, tradicionalismo y neoliberalismo, son conceptos incompatibles. El nacionalismo es, por su naturaleza, como sostuvo, con ciertas dosis de maestría, el gran genio literario Mihai Eminescu, antiliberal. El Rock in Rio, que muchos condenan y critican, el desperdicio de su financiamiento pudiendo ser aprovechado en campos, como Educación y Salud Pública, es patrocinado por multinacionales, como la Dream Factory. Existen muchísimos empresarios que patrocinan proyectos de la diversidad sexual, precisamente, por intermedio de la Ley Rouanet, como Malcolm Montgomery, Larissa Delbone y Evanilda Ferreira. No hay dudas de que, el neoliberal es una criatura extremadamente contradictoria, defiende el capital privado y condena leyes y proyectos sostenidos por el mismo capital, que tanto veneran. Éstos, tienen que entender, de una vez por todas, que el Gran Capital, no tiene patria. Las famosas mafias apátridas usan ambos lados del espectro político clásico, de corte materialista, a sus intereses más macabros, espurios y asquerosos, anhelando consumar a mediano y largo plazo, el gobierno mundial unitario.

O sea, Jair Bolsonaro, como siempre lo hemos dicho y sostenido, es estrechamente vinculado con la élite globalista, grupo de familias de banqueros internacionales y con el Sionismo Internacional, siendo uno de los más fieles siervos de Sión, es decir, un goyim total. No en vano, es pretendido como presidente de Brasil por Wall Street. Como estamos viendo, dicho personaje consiste en un falso nacionalista. No existe patriotismo vinculado con mafias globalistas apátridas. El verdadero nacionalismo se encuentra, por ejemplo, en organizaciones como la Guardia de Hierro rumana. Codreanu, heredero de la grandeza de Eminescu, ha sido un auténtico nacionalista, anclado, tanto a una perspectiva civilizacional, como desarrollando un práctico y eficaz programa nacional. La Triple Entente Euroasiática, por ejemplo, en la actual coyuntura geopolítica mundial, que ha logrado la síntesis, entre el poder político, militar y sacerdotal, sobre todo, Rusia e Irán, son ejemplos de nacionalismo. Sorprende que personas que se autodenominan tradicionalistas, apoyen a la NATO (totalmente subordinada al Complejo Militar Industrial de Estados Unidos) contra ellos o simulen escándalo por la reespiritualización del Estado. Las personas deben entender que, en el actual escenario geopolítico mundial, no existe Sagrada Tradición sin el respaldo a la Triple Entente Euroasiática.

Y, para nosotros latinoamericanos, no hay nacionalismo sin un proyecto de integración latinoamericano. Debemos enfocarnos en una Mayúscula América unida, en un bloque geopolítico iberoamericano, en un mundo multipolar! No hay de otra, la única manera de garantizar la soberanía de nuestros países latinoamericanos es rescatando los grandes espacios territoriales de la región, como el México iturbidista, la Gran Colombia y la Argentina del Virreinato del Río de La Plata, proyectando la integración del Estado-Civilización de nuestro universo histórico-cultural, como un bloque geopolítico incrustado en la Trinidad Sagrada Identitaria del Dasein latinoamericano, Latinidad, Catolicidad y Iberismo, siendo uno de los centros y grandes polos de un verdadero mundo regido por el orden que tanto anhelamos, luchamos y trabajamos, la necesaria multipolaridad. Separados somos meros títeres, unidos bajo los moldes del bloque explanado, actuando también como una muralla y escudo contra injerencias neomonroístas, somos netamente soberanos y protagonistas en el sistema internacional de Estados. O sea, más una vez volvamos a la necesidad de mantener la idiosincrasia de las almas colectivas de las expresiones nacionales de los grandes espacios latinoamericanos. Mientras, por otro lado, Jair Bolsonaro va en la contramano, respalda injerencias neomonroístas en nuestra Mayúscula América, condena regímenes soberanistas, que hacen resistencia al neomonroísmo, actuando totalmente, según la dualidad existente en la Política exterior brasileña, como un liberal. Para acentuar esta percepción, Bolsonaro llegó al colmo de rendirle homenaje al mayor financista gringo del grupo terrorista Mek, sus hijos salen con playeras en alusión a servicio secreto de cierta entidad política en Asia Occidental, salen en defensa de Taiwán y llegan al colmo de presumirse, por increíble que parezca ser, el hecho de ser títeres del Tío Sam, como si eso fuera algo positivo, pero cómo lo sabemos, es todo lo contrario. No hay dudas de su carácter liberal. No hay peor ciego que el que no quiera ver.

Neoliberalismo y nacionalismo, como siempre lo hemos dicho y sostenido, no se mezclan, siendo, precisamente, el neoliberalismo, que financia toda la degeneración social que vemos actualmente, con su promoción de pautas posmodernas, como el movimiento LGBT (entre otras variaciones locas), despenalización y la consecuente legalización de narcóticos, erradicación del concepto de nación, conductas anti-moral, financiación de migraciones masivas (o sea, algo claramente artificial), etc. La total destrucción del tejido social y de la armonía nacional.

Por cierto, Jair Bolsonaro ha sido el presidente más simpático a los lgbt, que el llamado »gigante sudamericano» ya tuvo. Tiene, supuestamente, hijo gay e, incluso, le otorgó el cargo al novio de su hijo. ¡Impresionante! Además, se lleva muy bien con políticos, que, tal vez, jueguen de ambos lados, como el marketero que logró la gubernatura del estado más relevante de la Unión brasileña. Por increíble que parezca ser, existe la ala lgbt, dicha «conservadora'», en su base de respaldo, teniendo en su bancada, diputados gays. Incluso se lanzó un sector de «gays por Bolsonaro». Si todo ello no fuera poco, el PSL, ex partido del actual presidente brasileño, quiere criminalizar la homofobia, un término inventado artificialmente, recientemente, con meramente fines claramente políticos, siendo un neologismo perverso, sin ningún respaldo histórico lingüístico profundo. No queda dudas que, dicho personaje, que fue presidente del llamado »gigante sudamericano», jamás puede ser considerado un nacionalista, bajo la concepción semántica clásica, es decir, en términos lingüísticos tradicionales, además de la práctica y de la eficacia de conductas políticas y gubernamentales. Auténticos nacionalistas fueron Iturbide, Antonescu, Mossadegh y Ceasescu. Ahora, podríamos mencionar los ejemplos de Putin, Assad y Xi Jinping. Bolsonaro es, como se evidencia en la práctica, un mero títere.

Dicho ciudadano está totalmente vinculado con la élite globalista y con su agenda, que trae, como vemos, intereses ajenos a los del pueblo. Es imposible sostener la defensa de «ser tradicional en las costumbres y neoliberal en el ámbito económico», por obvias razones. Los que intentan mezclar dichos conceptos, terminan en esa aberración de gobierno. En conclusión, el fenómeno bolsonarista no es más que un legado del neoliberalismo tardío, la escoria de la escoria, altamente materialista y globalista, que usa la retórica nacionalista, apropiando de símbolos nacionales, para engañar ingenuos y cautivarlos como masa de maniobra. Marxismo y neoliberalismo, como siempre lo hemos dicho, son dos caras de la misma moneda, siendo dos ideologías materialistas, que tuvieron y tienen, los mismos patrones y actores por detrás. Neoliberalismo y nacionalismo no se mezclan, siendo conceptos, incluso, como lo hemos comprobado, incompatibles. El liberalismo del bolsonarismo es innegable. De hecho, gran parte de su derrota se debe a ello. Bolsonaro fue derrotado por el delirio aceleracionista olavista, el sionismo antinacional, el acercamiento sio-atlantista y el neoliberalismo de Chicago. Como sabemos, Paulo Guedes, además de ser un sorista convicto, es admirador de la Economía de Chicago, del jázaro Milton Friedman, que proviene de la Banca Rothschild. Si no fuera poco, Paulo Guedes es también, un pinochetista convicto. Como nos retrata la historia, tras el golpe de Estado en Chile en 1973, por parte de Estados Unidos, vino la implementación del gobierno dictatorial pinochetista, de manera que un país fue resumido a ser usado como laboratorio de prácticas neoliberales. Los famosos Chicago Boys se han apoderado de uno de los bastiones territoriales de nuestra Mayúscula América. De este medio, proviene uno de los hombres fuertes de Jair Bolsonaro, totalmente sumergido al neoliberalismo, en todos los frentes, siendo servil al neomonroismo. Como se sabe, algunos actores, como Open Society Foundation, Augusto Pinochet, Economía de Chicago, George Soros, Milton Friedman, Banca Rothschild y los Chicago Boys son indefendibles. Y tenemos su hijo, Paulo Guedes.

Así siendo, ya derrotado el falso nacionalismo, nos cabe construir una oposición al gobierno electo. Por cierto, como ya lo decíamos incluso antes que se concluyera la votación presidencial en la segunda vuelta. Independiente del resultado en las elecciones brasileñas, es importante señalar que, los nacionalistas ya estábamos preparados para ejercer más cuatro años de rotunda oposición, pues, como sabemos y cómo demostrado, sea quien sea el vencedor, estará operando Open Society Foundation. Ahora debemos consolidar la alternativa patriótica al globalismo, anclada en fuerzas nacional-populares antiliberales, pavimentando el camino al mundo multipolar. No hay de otra. ¡Resistencia o muerte!

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